Esta semana los de Recursos Humanos de mi empresa enviaron un email cuyo asunto contenía, por primera vez, la palabra Brexit. ‘Ahora, sí. Está pasando’ – pensé. Para los que nunca hayáis vivido una situación similar en vuestro país de residencia, os aseguro que es difícil asociar el circo político e institucional que lleva sonando en los telediarios y la prensa, desde hace ya más de dos años, con tu bandeja de entrada.
Todo empezó como un mal sueño, de esos que recuerdas unos segundos y rápidamente deshechas de tu cabeza y continúas con el café matutino. El sueño al final resultó ser verdad y ahí comenzó lo que yo llamo, el inicio del final. Recuerdo el día en 2016 en el que Brexit se coló en mi vida. Lo hizo bien pronto, justo con los mensajes de WhatsApp que me despertaron y me hicieron salir de la cama para googlear en mi portátil esa misma palabra. Me lo tomé con calma. Estaba sola en el piso y despotriqué bien alto. Llegaban mensajes de la familia, de amigos españoles viviendo en UK y de amigos ingleses disculpándose en nombre de un país ahora ya desconocido. Me vestí y me dirigí a un metro inundado de periódicos. Llegaba tarde a mi antiguo trabajo y aún así decidí pararme a por café. Ya arriba me encontré en una oficina callada y triste. Los británicos tenían caras consternadas y en ese momento, como un niño pequeño echa de menos a su madre, recuerdo que añoré a mis compañeros europeos, todos de vacaciones.
Ya de vuelta al presente, abrí el email y lo primero que leí fueron palabras de agradecimiento. La empresa nos agradecía nuestro trabajo diario y nuestro talento y recordaba que sin nosotros, el negocio no podría funcionar. A continuación explicaba muy detalladamente los pasos a seguir para pedir los dos tipos de permisos de residencia permanente y las fechas límites según los dos posibles escenarios en los que se encontrase UK después del 29 de marzo de este año.
Es curioso, como el proceso a seguir para pedir el status que te garantiza los mismos derechos que un británico de pasaporte, es lo único que está claro en toda esta fábula avinagrada. En otras palabras, qué difícil es pedirle al gobierno de un país al que llevas contribuyendo con GRAN parte de tu sueldo, durante unos cuantos años, que te permita quedarte, que te respete como un británico más. (¿Cómo cuál, como el brexiter o como el que votó quedarse?). Y por otro lado: ¿Cómo saber si seguir en este país, si el futuro al que se enfrenta Reino Unido está tan en pañales como lo está el conocimiento acerca de la UE de la mayoría de la población que votó leave en las urnas?
¿Y qué pasa con los británicos de pasaporte que votaron quedarse? A los que nunca les llegará un email de disculpa… Si en estos últimos meses he constatado algo, es que los grandes perdedores en esta batalla son el 48% de esa población que se pronunció con un remain en el referéndum de junio de 2016. Hablamos de amigos y compañeros que un día me enseñaron a que mis textos sonaran mejor en su idioma. Gente a la que le gusta viajar y te hace mil preguntas sobre tu lugar de origen. Gente que sueña con vivir fuera de UK algún día. Gente que anhela que sus hijos puedan salir al mundo al igual que ellos lo hicieron… Todos ellos pasarán a tener un pasaporte de isla.
Me considero una afortunada por vivir en una ciudad que respira multiculturalismo. Me gusta Londres porque cada mes de septiembre me permite asistir al Festival de Cine Español en el Instituto Francés; porque trae una obra de Lorca a un teatro independiente; porque puedo comer en restaurantes caseros de todas las cocinas del mundo (probablemente también de otros planetas) y sobre todo, me gusta Londres porque aquí he tenido la oportunidad de hacer amigos de todas partes del globo. Mi historia con Europa comenzó hace mucho. No soy muy amiga de las nacionalidades, ni de las banderitas pero siento que, en cierto modo, le debo algo a la Unión Europea (no quiero decir con esto que sea una admiradora de la UE como institución) por haberme dado la oportunidad de estudiar fuera de casa muy joven, justo en ese momento en el que te empiezas a perfilar como persona, pero también por dejarme llegar alto laboralmente y ser respetada (algo que a día de hoy en mi sector todavía parece impensable en España). Durante un tiempo, los londinenses vivimos fingiendo que esta peste nacionalista nunca sería capaz de alcanzar este refugio llamado Londres.
Pero Brexit es una apestosa paradoja que se ha colado en la vida de demasiada gente con valores de tolerancia. Una paradoja que ya ha llegado a mi bandeja de entrada.
