En septiembre del año pasado fui a comprarme unas gafas de sol a uno de los grandes almacenes de la ajetreada Oxford Street. Al otro lado del mostrador, una joven sonriente de origen pakistaní me preguntó si me iba de vacaciones. Yo le dije que no, que en realidad me volvía a casa y que estaba aprovechando para hacer algunas compras antes de dejar Londres. Entonces ella, con su bonita sonrisa blanco impoluto, me preguntó cuánto tiempo había echado en UK. Le dije que ocho años, a lo que ella respondió con un ‘wow’ y a continuación añadió ‘qué suerte’. La chica tenía veinte años, estudiaba enfermería y su sueño era ejercer fuera de UK una vez se graduase, sin embargo sus padres nunca lo consentirían. Le dije que tenía que luchar por conseguirlo, que era lo que ella deseaba. Ella me sonrió, me tendió la bolsa con mi compra y se despidió con el más sincero ‘buena suerte’. Yo la miré, le devolví la sonrisa y la buena suerte…
Aprovecho que estamos en marzo, el mes de la mujer, para reflexionar acerca de todas esas mujeres en mi vida que me han ayudado a ser y a seguir siendo. Porque no nos vamos a engañar: ser mujer nunca ha sido tarea sencilla (imagino que las que me estéis leyendo estaréis bastante de acuerdo). Brecha salarial, violencia física y psicológica, techo de cristal, mutilación genital, matrimonio infantil, violación y acoso (también impunidad). Estos son solo algunos de los términos relacionados con la palabra ‘mujer’ actualmente… El caso es que no es mi intención en este texto recordar una vez más que el feminismo no es un antónimo de machismo o que el 8M no es un día de fiesta. Lo que yo quiero, de verdad, es declarar mi amor (una vez más) hacia un elenco de mujeres valientes, de esas a las que no les importa mirarte a los ojos y contarte de qué están hechas. Algunas me guiaron mientras me hacía mujer, otras me contaron sus miedos a miles de kilómetros de casa, en un idioma distinto al suyo. Otras me prometieron que todo saldría bien. Y si bien algunas se componen de una pasta más parecida a la mía, todas y cada una de ellas me ha inspirado a lo largo de estas treinta y tantas primaveras. Esto es para vosotras:
A la que calentó mis manos con la suavidad de las suyas mientras el sueño me atrapaba enredada en su respiración. A la que me dijo que nunca me casase, con la voz tierna y la mirada pícara de quien ha vivido mucho y perdido demasiado en el camino. A la que me enseñó el significado del día de mi cumpleaños en los días de plazas vacías. A la que le tocó crecer más rápido que a sus amigas y me abrió camino. A la que me contó anécdotas en días de sol y lunares para que pudiera conocer mejor a la que me trajo al mundo.
A la que me confesó que se había dado cuenta de que prefería enamorarse de una mujer, antes que de un hombre. A la que se convirtió en mi hermana de universidad para la eternidad. A la que me cogió fuerte de la mano en los días fríos de banlieue y coches quemados. A la que editó mis textos para que sonasen mejor en su lengua materna. A la que no le importó contestar mis dudas infinitas mientras se le acumulaba el trabajo porque prefería hacerme sentir bien mi primer día de curro. A la que me abrazó muy fuerte una noche y, entre lágrimas, me llamó mujer valiente cuando la única brave allí era ella. A la que me acompañó al cine a ver una peli en francés, sin hablarlo ella, porque lo importante era pasar tiempo conmigo. A la que me hizo reír a golpe de lunes en una oficina interminable en la que ya quedábamos pocas. A la que me dejaba un chocolate en mi mesa cada vez que venía de pasar unos días en casa, y que mi último día de trabajo cambió por una carta más valiosa que un tesoro.
A la que está aprendiendo a encontrar tiempo para ella, y en cambio, sabe cómo hacerlo para escribirme y preguntar qué tal la vuelta. A la que se hizo fuerte de la noche a la mañana y, no hace mucho, tuvo que recordarme que yo también lo era y me sobraban los motivos. A la que me invitó a enamorarme de mi antigua ciudad y hoy me llama cada domingo para preguntarme qué tal en la nueva. A la que me contagia su risa y creatividad mientras ahuyentamos los miedos a golpe de vermú en el barrio. A la que se sube conmigo a todos los aviones, incluidos los que llevan por destino el fin del mundo, y en algún bar del planeta me recuerda que todo saldrá bien. A la que me pone contra la pared y me hace contar hasta cinco mientras yo me muero de la risa y ella se esconde. Y a ti, que eres cada una de las líneas que escribo y porque, en realidad, lo eres todo.
Este domingo gritaré por mí y por todas ellas.