La hora del vermú

Mi primer estado, que fue de emergencia, me pilló a los veinte. Era 2005 y París ardía casi todas las noches. No sé si fue la exaltación de la amistad, la adrenalina que rezuma lo desconocido, o simplemente la revolución de mis hormonas en plena banlieue del 93 parisino, que cuando la profesora nos preguntó ‘Vous avez peur?’ se hizo un silencio en aquel aula magistral de Paris VIII. Nos lo soltó a bocajarro, así, sin rodeos, con esa elegancia propia del savoir faire de los franceses (siempre me han gustado por eso; porque saben ir al grano). ‘Yo no’, pensé. Me gusta creer que la explicación está en los quince años menos, pero en realidad sé que era porque cuando veías el coche arder, salías corriendo.

El siguiente fue de alarma y no necesita presentaciones. Tampoco me cogió por sorpresa, aunque sí lo hizo el miedo, que supo instalarse en la pared, junto a mis cuadros de cuelga fácil. Yo creo que nunca nadie me ha vuelto a preguntar desde aquellas noches brûlées con toque de queda, si tengo miedo (suele ser algo que se dice pero no se pregunta; haced la prueba). El caso es que si existe una buena noticia en este estado de intramuros, es que la hora del vermú sigue viva.

Antes de todo esto, tomar el aperitivo se antojaba como una especie de ritual básico y necesario. Algo así como un análisis de la actualidad para afrontar el día. Un consejo de sabios. Durante horas se podían tratar temas dispares. Desde asuntos referentes a Hacienda y la declaración de la renta hasta el repaso de turno al Congreso. También se hablaba a veces de reflejos (sí, sí, de los del pelo) y por supuesto, se criticaba mucho a los jefes y a los compañeros de trabajo. Mientras, el líquido fluía de la botella al vaso y de este al esófago. A veces rojo, otras blanco (en La Coru hay quienes incluso lo preferían mixto). Y cuando ya no entraban más palillos ni huesos de aceituna en la servilleta, entonces tocaba pasar a los asuntos de alcoba: las relaciones Guadiana y otros dramas desencadenados por la vieja costumbre de pololear (me he permitido el lujo de coger prestado este término chileno por el cual siento verdadera fascinación). Casi siempre, todos estos temas se quedaban pendientes, en espera, porque todos sabíamos que a ese vermú muy pronto le seguiría otro.

De vuelta a la vida astronauta, el vermú no ha cambiado de color. Incluso, a veces, se sigue saboreando en familia o con amigos. Aunque sea ‘a solas’ me gusta disfrutar de este momento. Por eso siempre abro las ventanas, y es que a medida que el día alcanza su ecuador, puedo escuchar la vida en su momento de gloria. Las vajillas que se aceleran en las casas de enfrente, los acordes de la guitarra del portal de al lado, el ‘no te oigo’ en los balcones, el perro y el gato (al que en estos días juega más de uno) … Y a ese mar de sonidos, que le devuelve a la calle su don más preciado por unos minutos, se unen las notificaciones y las llamadas del móvil. Igual porque en la hora del vermú, todos sentimos un poco más las ganas de manifestarnos, de contarnos y de preguntarnos. Por eso he aprendido a saborear cada uno de los ‘¿Cómo estás?’ porque sé que ninguno es erróneo, o el ‘cuídate mucho’, porque ya ha dejado de sonarme a muletilla de despedida. Pero también, a sorbitos, me bebo la triste realidad y, aunque el bueno de Kapuściński me juró y perjuró en mis clases de Periodismo que los cínicos no valían para este oficio, lo cierto es que una vez más he comprobado que la realidad, a veces, supera la ficción. Así que le doy otro traguito al vermú con la esperanza de que también se lleve lo tóxico y me desinfecte, al menos por unos instantes, la mente.

Porque si de algo carece el vermú confinado, es de análisis. Se interpreta menos y se saborea más. Desafortunadamente no saldremos con la inmunidad suficiente para hacerle frente al bicho, pero con un poco de suerte, sí nos haremos inmunes al miedo, ese que ya sabemos que no necesita pregunta, y a todos esos virus que nos roban el tiempo y nos despistan, impidiendo que el vermú nos sepa de (a) verdad.

(Dedicado a tod@s los amantes del gran arte que es vermutear ;).

Deja un comentario