Dicen que los amores cobardes se quedan en eso. Nunca se convierten en historias. El caso es que yo creo que, mientras se aviva la llama de esa dulce incertidumbre, toda pareja va a parar al barrio londinense de Notting Hill.
Yo los he visto. Aterrizando en el W11 con fiebre de amor, sorteando fachadas de colorines, perdiéndose en su mercado de antigüedades, posando junto a la librería de viajes más popular del séptimo arte. Probablemente, porque fui con la curiosidad de los que no tienen prisa por marcharse, lo vi a tiempo. Quiero decir, que crucé la puerta azul más fotografiada del mundo para encontrarme con su bonita y extraña paradoja. Allí los mismos amores se daban cita en los pubs más eclécticos de Ladbroke Grove (la otra parada de metro para llegar al transitado mercado), más que nada porque en The Prince Albert, junto a la Central Line, no hay sesiones de música en directo, ni quedan mesas libres de turistas en su jardín. Porque es justo a partir de las cinco que se recogen los puestos y con ellos algún que otro acento mediterráneo despistado. Por eso, si estás bien atento en la oscuridad, prometo que puedes sentir su bonita e imposible fusión. Así que mientras el Received Pronunciation pierde compostura a cambio de ritmo caribeño, vuelvo a creer en esa maravillosa paradoja llamada Notting Hill. Y recuerdo una vez más aquellos días de voluntariado en el bajo de un Council State detrás del mercado, justo en la calle que tuerce la esquina en la que un introvertido librero le vacía el zumo de naranja a una estrella de Hollywood. Entonces vuelvo a mirarme en los ojitos oscuros más bonitos y curiosos del mundo. El jaleo de una clase de pequeños monstruos con problemas de atención y ganas de jugar al ahorcado. Los abrazos y los piropos en francés capaces de sonrojar a la tímida Miss (porque en aquellos días, el francés y el español también paseaban de la mano). Y me pregunto qué habrá sido de ella, la mujer que llegó de Jamaica y que, con sus manos y las de su comunidad, creó un centro de apoyo extraescolar para los más jóvenes del barrio y sus madres, que a pesar de vivir en el mismísimo corazón del Real Ayuntamiento de Kensington y Chelsea, no sabían hablar el idioma de la Reina. También recuerdo verla sonreír cuando la bandera amarilla, verde y negra ondeaba alegre otro agosto pasado por agua. Cuando una edición más del carnaval llegaba al barrio.

Vivienda situada al comienzo del mercado de Portobello Market
Y así se va esfumando un verano más en el vecindario más idealizado de Londres. A base de tablones de madera* que protegen los amores cobardes tras las fachadas victorianas más buscadas por el visor del turista. Pero si subes un poco la colina, si continúas Portobello Road al pasar la vía del tren, podrás comprobar que, en realidad, el verano aquí no se apaga. Porque allí, a la altura del diseño de Ally Capellino (no muy lejos de las cenizas de lo que fue el restaurante Galicia) suena con fuerza Florence + The Machine. También se baila a Bob Marley muy pegado. Y hay incluso quien dice que, si prestas atención, se pueden oír los acordes de She de Elvis Costello…

Fachada icónica en el distrito W11
A los amores cobardes también los he visto llegar desde Kensal Rise, besarse en las terrazas llevándose por delante todo el azúcar de los pasteis de nata más portugueses que se pueden encontrar en el callejero londinense. Otras veces caminaban colina arriba. Ponían rumbo a Holland Park haciendo paradas para descansar y meterse mano en cada farola. El caso es que no hace mucho, los vi pararse frente al póster que conmemoraba el veinte aniversario de la película. ‘Veinte años ya’, pensé. Y así como quien no puede remediar un final tremendamente feliz, lo entendí. Que lo importante de Notting Hill no es cómo termina. Lo importante son sus paseos. Los que vinieron después de tu primer Portobello Road. El que seguía a la peli de autor en su sala de cine independiente. El que dabas al dejar su casa, cuando la calle olía a café recién hecho y flores frescas… Y que hay amores cobardes que sí merecen una historia. Aunque solo sea porque una vez tuviste en tus manos la llave al jardín privado, que hace veinte años, Hugh Grant se empeñó en saltar para impresionar a Julia Roberts.
Porque no existe verdad más grande que Notting Hill, ni verano en Londres sin él.

Jardín privado en el que se rodó una escena de la película Notting Hill
*La semana previa al carnaval de Notting Hill, las fachadas de las viviendas y comercios situados en las calles principales se protegen con tablones de madera para evitar que los asistentes al carnaval dañen cristales y puertas.
Lugares que recomiendo visitar en la zona de Notting Hill:
The Prince Albert: gastropub con jardín muy cerca de la parada de Notting Hill Gate (11 Pembridge Rd, Notting Hill, W11 3HQ).
The Eagle: pub con mucho ambiente local (¡libre de turistas!) especializado en ginebras. Ofrece noches de música en directo (96 Ladbroke Grove, Notting Hill, W11 1PY).
Electric Cinema Portobello: cine de autor en pleno Portobello Road. Data del 1910. (191 Portobello Rd, Notting Hill, W11 2ED).
Ally Capellino: bolsas de diseño en el corazón del West. Espíritu 100% londinense (312 Portobello Road, North Kensington, W10 5RU).
Lisboa Patisserie: café tradicional regentado por una familia portuguesa. Kilos de encanto y pasteis de nata para llevar (57 Golborne Rd, W10 5NR).
The Mitre: brasserie perfecta para un plan de domingo. Cócteles y Sunday Roast (40 Holland Park Ave, Notting Hill, W11 3QY).
The Notting Hill Bookshop: Es de esas librerías londinenses acogedoras en las que cruje el suelo. En su día se especializó en libros de viajes. Después vino Hugh Grant, copió su interior y llenó su puerta de turistas. Merece la pena visitarla entre semana (13 Blenheim Cres, Notting Hill, W11 2EE).

Interior del pub The Eagle, en Ladbroke Grove

Póster en Portobello Road que conmemora los veinte años de la peli Notting Hill